El mundo de los vinos de Oporto fascina por su historia, su complejidad y
su riqueza. Sin embargo, el vino que conocemos fuera de Portugal suele
ser con demasiada frecuencia el "jarabe" empalagoso y de poca calidad
que llena los estantes de los hipermercados. Una pena, ya que Oporto
ofrece en realidad una variadísima gama de vinos elaborados de forma
artesanal. Algunos de ellos, como el Quinta do Noval Nacional, figuran
entre los mejores caldos del mundo (unos 510 euros la botella de 1984).
Oporto
es la cuna histórica del concepto de Denominación de Origen Controlada,
nacido a finales del s. XVIII por iniciativa de una de las figuras más
carismáticas de la historia de Portugal: el marqués de Pombal fue el
primero que comprendió la necesidad de seleccionar y cartografiar los
mejores terruños y las mejores vides para que sólo éstas dieran la uva
destinada a la elaboración del oporto.
Hasta la intervención del
marqués, los vinos del Douro (nombre portugués del Duero) eran en su
mayoría ásperos y de calidad mediocre, razón por la cual los ingleses
que fueron los primeros en descubrirlo y en comercializarlo tuvieron la
idea, a principios del s. XVIII, de fortificarlos mediante la adición de
aguardiente. Esta operación sigue siendo la principal seña de identidad
de los vinos de Oporto. El aguardiente, proveniente por lo general de
la región de Burdeos, interrumpe la transformación del azúcar en alcohol
y confiere a los oportos su carácter dulce y licoroso (la graduación de
estos vinos oscila entre el 19 y el 21%).
Los oportos se dividen
en tres categorías diferentes: Los oportos blancos, extra-secos, secos o
dulces, que se toman frescos como vino de aperitivo o de postre según
la edad. Y los oportos tintos, divididos en dos grandes familias: los
tawnys y los vintages.
Los primeros son vinos resultantes
generalmente de ensamblajes de varias cosechas y criados en contacto con
la madera en las pipas (barricas tradicionales de más de 530 l) durante
al menos 3 años. Con el tiempo, estos vinos se mejoran, ganando en
suavidad y elegancia. La edad de un tawny, 40 años por ejemplo, es la
media de edad de los diferentes vinos que intervienen en su ensamblaje
(en este caso unos tienen 20 años, otros 60). Un tawny viejo exhibe un
color ambarino y aromas de frutas secas, nueces y chocolote a veces
extraordinarios. Tal es el caso del Graham's de 40 años que hemos podido
catar en el restaurante Don Tonho (ver más abajo). También existen
tawnys comercializados con el año de cosecha: los llamados colheita
están elaborados con uva de una sola cosecha y envejecen al menos 7 años
en tonel. El colheita es la expresión de un gran año y de un terruño de
prestigio. Es el caso del Colheita 1985 de Niepoort, cuyo bouquet
recuerda el aroma del higo.
Los vintages se elaboran en principio
sólo cuando la calidad de la uva es excepcional, algo que ocurre 2 ó 3
veces cada 10 años. En estos casos el vino no necesita ser mezclado:
nada, excepto el tiempo, puede mejorarlo. Los vintages son el fruto de
años de excepción. Sólo se crían 2 años en tonel y luego se embotellan
directamente para protegerlos del aire. Se trata de vinos concentrados,
ricos en color, taninos y matices y aptos para envejecer durante mucho
tiempo, en ocasiones más de un siglo. Por desgracia, la moda actual
quiere que se consuman muy rápidamente. Sin embargo, un gran vintage,
como un Château d'Yquem, no debe beberse antes de los 15 ó 20 años de
edad.
Para completar la panorámica habría que hablar asimismo de
los rubys, oportos jóvenes de un rojo intenso, y de los LBV (Late
Bottled Vintage), que constituyen una solución intermedia entre los
tawnys y los vintages: se elaboran con uvas de una misma cosecha, son
menos concentrados que los vintages, pasan entre 4 y 6 años en tonel y
pueden degustarse jóvenes en el momento en que pasan a la botella.
Espero que la lectura haya sido de vuestro agrado.