Dioniso era el dios de la vid y del vino, aunque muchos otros, con
leyendas análogas, aparecen en las más diversas civilizaciones con
notable regularidad. Una inscripción del año 2700 a. de C. menciona a la
diosa sumeria Gestín con el significativo nombre de ("madre cepa". Otro
dios sumerio se llamaba Pa-gestíndug ("buena cepa") y su esposa
Nin-kasi, que significa "dama del fruto embriagador".
En Egipto,
el dios del vino era Osiris, al que se evocaba como el vino "Lágrimas de
Horus" o "sudor de Ra" (dios del sol). Aunque, más tarde, Jesús dijo
"yo soy la vid", el judaísmo no estableció ninguna relación entre Dios y
el vino. Prohibía incluso las libaciones, ofrendas de vino a los dioses
tan frecuentes en Babilonia, en Grecia y en otras religiones. El vino
es importante en el ritual judío, pero su abuso está mal visto.
Cuando
el cristianismo se convirtió en religión dominante, hizo desaparecer a
Dioniso y a Baco. La desvergüenza que caracterizaba las bacanales fue
considerada sacrílega por los primeros obispos, sobre todo porque en
ellas participaban las mujeres.
Los romanos, cuya expansión
coincidió con el declive de Grecia incorporaron los dioses griegos
adaptándolos a sus características. Así, Dioniso se convirtió en Baco,
nombre que ya recibía en las ciudades griegas de Lidia, en Asia Menor.
De dios del vino, Baco se convirtió en salvador y su culto se extendió
sobre todo entre las mujeres, los esclavos y los pobres, hasta el punto
de que los emperadores intentaron prohibirlo sin demasiado éxito.
El
cristianismo, cuyo desarrollo es indisociable del Imperio romano,
asimiló numerosos símbolos y ritos báquicos, y atrajo, en los primeros
tiempos, a las mismas categorías de fieles. La significación de la
eucaristía es un tema demasiado complejo para ser evocado en pocas
líneas. Digamos simplemente que el vino de la comunión era por lo menos
tan necesario en una asamblea de cristianos como la presencia de un
sacerdote. Gracias a este lugar vital que ocupaba en las prácticas
religiosas, el vino subsistió incluso durante el sombrío período de las
invasiones bárbaras que acompañaron la decadencia de Roma.